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2013. BILÚ GUIDAÍ










Yo tenía 19 años cuando salí por primera vez a hacer dedo con Manuel y Carlos. El punto

de partida era Montevideo y el destino Piriápolis.


Fuimos hasta un pueblo del departamento de Canelones (no recuerdo cual) en ómnibus y

después vino la extensa y casi interminable caminata; caminamos, caminamos y caminamos

durante todo el día y buena parte de la noche hasta el balneario San Luis.


Cuando recién llegamos nos tiramos a descansar al borde de la Ruta Interbalnearia. Es

entonces cuando miro la mochila blanca de Carlos y en lugar de la mochila veo una niña de

unos 7 u 8 años, pero analizando que habíamos caminado muchos kilómetros, bajo el

intenso sol y alimentándonos poco y nada, razoné que era una alucinación y me callé la

boca. Poco después fuimos a la playa de San Luis, hicimos una fogata y nos quedamos

profundamente dormidos hasta la mañana siguiente.


Apenas amaneció nos despertamos y continuamos la caminata rumbo a Piriápolis… otro

día igual, sin que nadie nos parara en la ruta y caminando sin parar. A la noche el cansancio

era insoportable, pero Piriápolis estaba a únicamente 10 kilómetros y era mucha la ilusión

de llegar a la casita de los padres de Carlos, para finalmente poder descansar, pero, surgió

un inconveniente, ya que Manuel dijo de descansar inmediatamente y proseguir el camino

al otro día. Carlos lo apoyó, y si bien yo quería continuar, al verme en inferioridad

numérica, opté por adaptarme a la mayoría.


En pocos minutos, de la nada apareció un hombre caminando al lado de una bicicleta, a

quien le explicamos que éramos montevideanos, andábamos de mochileros, íbamos rumbo

a Piriápolis y como estábamos muy cansados, necesitábamos donde dormir. Muy

amablemente nos dijo que siguiéramos unos 200 metros, que ahí había una casa

abandonada donde nadie nos molestaría. Les dimos las gracias y cuando Carlos se dio

vuelta para preguntarle no sé qué cosa, el hombre ya no estaba. Supusimos que se había ido

en la bicicleta y no dimos importancia del ínfimo detalle.


Casi inmediatamente llegamos al lugar y después de pasar una portera alambrada

horizontalmente, nos encontramos con un arroyito y unos 30 metros más allá, divisamos

una casa inmensa, a la cual ni siquiera quisimos explorar, porque el cansancio era

insoportable, tanto que Manuel se durmió con un pedazo de pan en la boca.


Entonces miro la mochila de Carlos y así como el día anterior veo a la niña rubia, con el

vestido blanco impoluto, que me miraba fijamente; pero como el día próximo anterior,

atribuí esa imagen a una simple alucinación, producto del cansancio y de la mala, casi nula

alimentación, así que me preparé para dormir, pero en ese entonces Carlos empieza a gritar:

“Esa gurisa me está mirando; acá hay fantasmas”, así que intento calmarlo diciéndole que

no había ningún fantasma y que no sabía de que chiquilina me estaba hablando, a lo que él

señalando la mochila me dice: “Esa”.


Yo quedé helado, pero como en esas historias sólo creía de chico, y cuando estoy más

asustado, es cuando más valiente soy, fui hasta la mochila, mientras le decía a Carlos que

no había nada, pero a escasos centímetros yo la veía claramente, y cuando estiro mi mano

derecha y la agarro del brazo izquierdo de ella… no había ninguna niña; era simplemente

una mochila. Pero Carlos no me creyó y nuevamente irrumpió su frase: “Esa gurisa me está

mirando; acá hay fantasmas”. Yo me acerqué a él y lo agarré a cachetadas, pero Carlos no

reaccionaba y lo único que hacía era repetir su mentada frase, ya entre lágrimas.


Fue ahí cuando se despertó Manuel, y al oír que había algún fantasma, agarró una cuchilla

que llevaba y empezó a repartir cuchillazos al aire, a diestra y siniestra. Salió corriendo y

saltó por encima de la portera, Carlos lo siguió y se tiró por el medio de los alambres de la

portera, o sea que yo me quedé solo entre los árboles, con el arroyo como testigo y una

mochila, que tenía forma de mochila, como debía ser. Así que inmediatamente agarro la

cuchilla que Manuel dejó caer en su huida, pongo la hoja para abajo, lista para pegar alguna

puñalada y con mi mano izquierda junto lo que puedo y lo llevo a la portera. Ahí le grito a

Carlos y Manuel que estaban en la mitad de la calle que agarraran las cosas, que yo iba a

buscar el resto. Así que volví, junté más cosas y nuevamente las llevé a la portera. Para

volver por 3° vez a juntar lo que quedaba, sin soltar nunca la cuchilla. Esa última vez agarré

la mochila y mirando a todas partes, fui a la portera, tiré la mochila al otro lado, y después

crucé, con uno de los miedos más grandes que he tenido en mi vida, pero sin demostrarlo,

para que no cundiera el pánico.


Me puse al frente de ellos y emprendí la caminata, pero enseguida se pusieron al lado mío,

porque no querían ir atrás, para no ver la mochila. No sé si existe un récord en el libro

Guinness para caminatas de 10 kilómetros, pero si existe, nosotros quebramos ese récord.

Al llegar a Piriápolis y particularmente a la casa de los padres de Carlos, metimos la

mochila en el ropero, y cuando necesitábamos sacar comida de ahí, metíamos la mano sin

mirar.


Al otro día le dije a Manuel y Carlos que yo también la había visto. Cuando la comparamos

con Carlos, la habíamos visto igual.


Si bien hoy en día no tengo una explicación concreta, creo que todo fue una alucinación


colectiva. Sigo siendo tan escéptico como antes.









Yo tenía 37 años cuando nos conocimos con Claudia. Ella había ido a la casa de su

hermano Exequiel, a quien yo conocía desde no hace mucho tiempo atrás, porque los

sábados jugábamos al fútbol en el Club Centauro de Melo.


A los pocos días ella volvía a Montevideo junto a su hija Milagros de 4 años, así que horas

antes de ir a la terminal melense, le dijo a Exequiel que no era necesario que él la

acompañara, porque ella podía ir conmigo. Claro que a mí no me había dicho nada y

cuando llegué ese día a la casa de Exequiel, él me dio la noticia de que Claudia quería que

yo la acompañara a la terminal, a lo cual accedí sorprendido.


Fuimos a la terminal temprano y hablamos largo rato. En una leo en un kiosco el titular del

diario El País: “Se encontró la cura para el cáncer al cuello del útero”, la enfermedad de la

que murió mamá. Seguimos hablando y me comentó que ella cumplía años el 24 de mayo,

la misma fecha que murió papá. Al parecer con Claudia nos unía las efemérides con la

muerte, una extraña conexión.


También me contó que además de Milagros, tenía otra hija: Lucía de 18 años. Los padres

de sus hijas habían fallecido: el padre de Lucía ahogado y el padre de Milagros de

tuberculosis en la cárcel, por firmar cheques sin fondo.


El ómnibus partió y en los días siguientes no dejamos de comunicarnos, ya que pusimos

nuestros números como favoritos. Entre tantas conversaciones decidimos que yo iría a

Montevideo y comenzaríamos una relación. Ella quería que yo fuera para su cumpleaños,

pero el 24 de mayo de 2007 se cumplía un año de la muerte de mi padre y yo no tenía ganas

de festejar absolutamente nada, por lo cual viajé el 31 de mayo a las 16 horas. Alrededor de

las 22 llegué a Montevideo, me tomé un taxi y fui a General Flores y Chimborazo. Claudia

me recibió muy bien y esa noche hicimos una improvisada cama en el piso y dormimos

abrazados.


Pero los buenos momentos fueron efímeros… Claudia resultaría ser insoportable, buscando

mi reacción constantemente, hiriéndome con sus palabras huecas. Una vez me dijo:

“Porque yo tengo a mis padres vivos y vos no”¿Qué se quiere decir con eso? Nada,

absolutamente nada, solamente se tira mala onda, nada más.


Otro día fui a la casa de mi amigo Javier y nos pusimos a ver un partido de fútbol junto a su

novia (hoy esposa) Natalia. De repente suena mi teléfono; era Claudia que me dijo: “Paul,

te quiero mucho y quiero mucho a mis hijas, pero me voy a suicidar”. Me cortó y apagó su

teléfono. Me tomo un ómnibus desde La Aguada al Cerrito de la Victoria. Al llegar a la

casa de Claudia veo a Lucía con cara de preocupada. Le pregunto por su madre y me dice

que está encerrada en su cuarto, y que el novio de ella, Pablo, decía que todo era teatro. Le

digo a Lucía que calmara a Milagros y le inventara algo por los ruidos que se oirían, porque

yo iba a agarrar la puerta del cuarto de Claudia a patadas, hasta que consiguiera abrirla. El

dormitorio de ella no tenía llave y se cerraba por dentro con un pequeño pasador, que en

algún momento cedería. Por lo que tomé impulso y en la primera patada (pensé que serían

necesarias más) la puerta se abrió. Entro y veo a Claudia acostada, rodeada de

medicamentos, una tijera y una cuchilla. Lucía entra al cuarto de su madre y le doy la tijera

y la cuchilla. Le digo que se los lleve de ahí y que llame a una ambulancia. Yo me quedé

ahí juntando los medicamentos y después la agarré de la mano y le pregunté lo que había

ingerido. Ella entre balbuceos me dijo unos nombres que yo anoté en mi celular y luego se

lo dije a los enfermeros de la ambulancia. El tiempo pasó, pero no mucho. Estuve arreglado

con Claudia 3 meses y la lógica pudo más que todo… nos separamos.


Tres meses después ella fue a Melo a conocer a su sobrino Maicol (sí, lo anotaron así) y

tuvimos una larga conversación en la Plaza de Deportes. Lo último que le dije fue:

“Nuestro amor fue una guerra. Felicitaciones me ganaste. Reite y dejame en paz.”


Cinco años después yo me sentía raro. Era el 23 de julio de 2012 y se cumplían 25 años de

la muerte de mi madre. Al día siguiente me cae un sms de Claudia (supongo que le pidió mi

nuevo número a su hermano): “Hola Paul. Soy Claudia. Ayer falleció mi padre. Exequiel

viene mañana a Montevideo” En realidad vino unos días después y fui a verlo. Él me invitó

a ir a su casa y accedí. Vi a Claudia después de media década. Quise tener una

conversación a solas con ella, pero siempre tenía una excusa nueva… nunca podía.


El 19 de junio de 2013 (Natalicio de Artigas) en la noche, viajé a Argentina, después de 9

años sin ir. Poco antes de cumplirse el mes de estar en Buenos Aires, una noche, me dice

una persona de su familia que Claudia estaba enferma. Cuando le pregunto de qué, me

contesta que de Sida. Yo estaba recién llegado a un país ajeno y me entero que

probablemente yo también estuviera infectado. Al fin y al cabo, yo me acosté 3 meses con

ella y siempre fue sin protección ¿Por qué nunca me dijo nada? El padre de Milagros murió

de Tuberculosis, pero a causa del Sida. Yo no sabía eso.


A los pocos días fui al Hospital Pirovano, pero me dieron número recién para un mes

después. Así que averiguando por internet me enteré que en San Telmo había una clínica

privada llamada Helios Salud que hacían el examen de H.I.V. gratuitamente. Fui y me

atendió una psicóloga quien me explicó en pocas palabras varias cosas. Después me

hicieron un análisis de sangre y aproximadamente una hora después de haber entrado a la

clínica, nuevamente me recibió la psicóloga en el consultorio para notificarme que el

resultado había sido negativo… llorando la abracé y le di un beso.


Más o menos un mes después de eso, me enteré que Claudia había sufrido un A.C.V. y que

había quedado postrada en su cama. Solamente podía movilizarse en una silla de ruedas.

Además había perdido la facultad de hablar. Todo lo que había pensado en conversar y

recriminarle por su silencio se trastocó. Felizmente no me alegro con la desgracia ajena ni

busco herir a las personas con mis palabras. Más bien, pienso muchísimo antes de tener una

conversación con alguien. Pero, aún pensaba que Claudia algún día mejoraría y podríamos

hablar.


El 24 de octubre de 2013 fui a vender libros a La Plata. Después de vender bastante bien,

emprendí el regreso a Buenos Aires. Cuando iba en el Subte de la línea “C”, y recién había

quedado atrás la Estación Mariano Moreno, cayó un sms a mi teléfono de Susana, la madre


de Claudia: “Claudia falleció hoy”.









Yo tenía 18 años cuando conocí a Tania. Ella estaba arreglada con un amigo mío de aquel

entonces, Alejandro. El tiempo pasó, más o menos 15 años y una noche en Piedras Blancas

intercambiamos los números de teléfono y comenzamos a mensajearnos. Una noche me

llamó y me dijo que quería hablar conmigo, yo le dije que al día siguiente iría por su casa y

hablaríamos, pero ella me insistió que fuera esa misma noche. Así que me tomé un ómnibus

y fui a Lomas de Solymar, distante unos 20 kilómetros de Montevideo.


Al llegar al balneario canario caminé unas 10 cuadras y como no encontraba su casa, la

llamé por teléfono. Ella salió a buscarme con su pequeña hija Ámbar de 3 años, y fuimos a

su casa.


Como era de esperarse hablamos mucho, hasta casi las 3 de la mañana, hasta que en un

momento me dijo que estaba enamorada de mí. Yo me hice que el que no la había

escuchado; lo tomé como una broma, aunque me quedé pensando sin decirle nada. Habrán

pasado unos 15 minutos cuando Tania se sentó en mis rodillas, me repitió que estaba

enamorada de mí y me dio un beso. Me sorprendió, me excitó, me confundió. Yo no

esperaba eso. Esa noche me invitó a quedarme en su casa y dormimos juntos, pero no pasó

nada, ya que yo quería un tiempo para poner mi cabeza en orden.


Al día siguiente me fui de su casa, volví a Montevideo y no podía dejar de pensar en Tania.

Al otro día me llamó por teléfono y me dijo que fuera a su casa, a lo cual accedí, después de

negarme. Así comenzó la historia con Tania, que al parecer, iba viento en popa. Todo bien,

Tania era muy cariñosa conmigo, y como era de esperarse, con el transcurrir de los días,

empecé a encariñarme con ella.


Un día mi amigo Renzo me dijo que tenía un trabajo de diseño gráfico para mí. Eso sí,

teníamos que ir a Durazno, a unos 300 kilómetros de Montevideo. Así que llamé a Tania y

le comenté, para que después no hubiera ningún malentendido. Al fin y al cabo, eran

solamente 3 días. Ella lo tomó con mucha calma y me dijo que disfrutara el viaje y que

estaba todo bien. Yo le dije que le iba a traer algún regalito para ella y para Ámbar.

Viajamos con Renzo y nos quedamos en la casa de un hombre muy hospitalario de apellido

Ortega, que vivía a 10 kilómetros de la capital duraznense. El día anterior e emprender el

regreso, llamé a Tania y le dije que al otro día volvía y al día subsiguiente iba a su casa, con

unos regalos. Ella me dijo que fuera alrededor del mediodía, así almorzábamos juntos.


Al otro día hice dedo para ir a Durazno y me levantó un irlandés muy simpático que

hablaba poco y nada de español. En mi inglés limitado le dije que me gustaba U2 y Sinead

O´Connor. Al poco tiempo llegamos a la ciudad, bajo una lluvia torrencial. Renzo había

vuelto a Montevideo solo y yo en mi capricho por conocer a Durazno y su gente, estaba

empapado y obviamente no había nadie en las calles. Fui a la terminal, compré unos

regalitos para Tania y Ámbar, y tomé el ómnibus a Montevideo.


Al otro día me levanté temprano y tomé un ómnibus interdepartamental para Lomas de

Solymar. Al llegar a la casa de Tania, no había nadie. Le pregunté a una vecina y me dijo

que Tania había salido temprano con Ámbar. Así que la llamé a su celular, le pregunté

donde estaba y me dijo que en la casa de su madre en Montevideo. Le dije si no se acordaba

que yo iba a ir, y me dijo que sí, pero que se había ido a la casa de su madre igual. Le

recriminé que eso no era lo que habíamos hablado y que yo incluso le había traído regalos

de Durazno. Me dijo que no quería mis regalos ni volver a verme. La insulté y le corté la

llamada.


Inmediatamente me vino una puntada en la nuca, de abajo hacia arriba, de derecha a la

izquierda, y entré en un Déjà vu que me duró 4 días…


Mandé un mail a toda mi lista de contactos diciendo que estaba enfermo. Sentí miedo de

estar volviéndome loco y de terminar mis días en el Vilardebó. Así que me puse a escribir y

caminar bastante por lugares desconocidos, pero todo era inútil, los lugares por los que

andaba, que no conocía, me parecían extrañamente familiares. Era una sensación rarísima.

Generalmente los Déjà vu´s duran un segundo, pero nunca me había sucedido de no poder

salir de ese estado, de saber que mi mente estaba mal y no poder controlarla. Leí mucho de

psicología y psiquiatría, consulté a personas de mi entorno que estaban relacionadas con la

medicina, pero nada. Finalmente, después de 4 días se esfumó esa sensación. Supongo que

habrá sido cuando me calmé y que todo comenzó por la estúpida cobardía de Tania, de no

hablar cara a cara.


Con el tiempo me enteré que Tania se había ido a España y nunca más supe de ella. Pero, lo

único que me quedó de esa historia fue la enseñanza de que debo tomarme las cosas con

más tranquilidad. Sabiendo que las preocupaciones te pueden jugar una muy mala pasada.

Hoy lo entiendo y lo asimilo canalizando las sensaciones, disfrutando cada día como el

primero, no como el último y aprendiendo de mis errores, que en cierto instante pueden ser


confusos, muy confusos.








Yo tenía 32 años cuando conocí a Iael, en una noche invernal, había ido a la casa de un

amigo de aquel entonces, Rolando, después de un par de meses sin vernos. Como noticia

me dijo que tenía novia, se llamaba Valentina, y que después de tomar unos mates, íbamos

a ir a la casa de una amiga de él, donde estaba Vale. Así fue…


Al llegar noté que habían muchas personas: hombres y mujeres. Pero, había en especial una

mujer que no dejaba de mirarme y que era amiga de Valentina. Con el correr de los minutos

escuché a alguien decirle Iael, y me enteré (sin decir nada) cual era su nombre.


Pasaron un par de horas y salimos a una plaza de deportes, en la cual había una cancha de

basquetbol donde improvisamos una pequeña cancha de fútbol de salón, que ocupaba sólo

media cancha de basquetbol. Al fin y al cabo, el asunto no era correr, sino jugar en un

espacio reducido, 2 equipos integrados por mujeres y hombres, tomar un poco de vino antes

de jugar y divertirnos, para quitarse el frío. Tampoco habían arqueros (yo toda mi vida

jugué de golero) así que todos y todas correríamos por igual.


El principio del partido fue entre risas generalizadas, ya que nadie sabía jugar muy bien que

digamos, pero en un momento me escapé por la derecha y metí el primero gol de la gélida

noche. Iael se lanzó encima de mí, me abrazó y me dio un beso. A lo cual yo quedé

estupefacto.


El partido siguió y se sucedieron los goles para uno y otro lado. Después de un buen rato se

reiteró la misma jugada del inicio; yo me escapo por la derecha y meto otro gol, a lo que

Iael otra vez pega un salto, me abraza y me da otro beso.


El improvisado partido finalizó cuando nos cansamos, así que nos quedamos sentados,

tomando vino y fumando cigarros. Luego de un buen rato nos despedimos y yo me voy con

Rolando a su casa. Pero, viene Iael preguntándonos que haríamos, Rolando le explicaba,

pero Iael tenía la vista fija en mí.


Con el correr de los días, cada vez pensaba más en Iael y fantaseaba con que un día podría

verla y hablar con ella, pero los días transcurrían inexorablemente. Un domingo fui a la

feria de Tristán Narvaja, a la zona de los libros y de repente me tocan el hombro derecho:

era Iael con un amigo (que también estaba aquella noche) y hablamos unos 10 minutos, con

la esperanza de verla a solas un día de esos y hablar un poco más.


Habrá pasado un mes ó algo más, me encontré con Rolando y quedamos de vernos al día

siguiente, para escribir algo juntos. Al otro día lo llamo por teléfono para concretar mi

visita, pero él, me dice que tendría que ser otro día, porque tenía que ir a un velorio, el

velorio de Iael, quien se había ahorcado en Valizas. Me quedé mudo por unos segundos, no

sé que sentí… cuando hablé le dije que lo lamentaba mucho y que nos veríamos la otra

semana, cuando fuera un momento más oportuno.


Pasaron los días, los meses, los años; con el tiempo me enteré que en la misma casa que

murió Iael, posteriormente se habían suicidado 2 amigos de ella y ambos ahorcados.


Nunca más supe nada de su vida ni de su muerte, nunca vi una foto de ella. La única

imagen clara que tengo de Iael es cuando no despegaba sus ojos de los míos.


Muchas veces me pregunté que hubiera sucedido si hubiera ido a hablar con ella, aquella

invernal noche. Busco respuestas a una miríada de preguntas, aunque ya es tarde para ello.


Y a veces procuro encontrar esa misma mirada en alguna otra mujer, pero no puedo…

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